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Me la mamá un acosador

Le taponé la boca con el miembro y los huevos para impedirle que escupiera y le obligué a tragarse toda mi leche. Cuando los estertores de placer se agotaron, saqué la verga empapada de saliva y esperma. Él tosió, procurando no llamar la atención del pasaje. Se limpió con el dorso de la mano las gotas que escapaban por sus comisuras. Miré su entrepierna: una mancha de humedad en la tela del pantalón evidenciaba que también se había corrido.

Sonreí, guardé mi miembro dentro del tanga y me ajusté la falda. Él me observó expectante. Extraje el chupachúps de mi boca, lamiéndolo a fondo, y lo metí en la suya. Cuando el tren arribó a la siguiente estación, me aparté y caminé hacia la puerta de salida, despacio, meneando bien mi culito para él. Giré la cabeza por encima del hombro para mirarlo por última vez. Permanecía inmóvil en el asiento, con el palito del caramelo surgiendo de sus labios y aguardando a que su erección se relajara —ocultaba la mancha de la bragueta con un periódico abandonado—. En su mirada se leía una súplica para que volviéramos a vernos.

Descendí al andén y las puertas se cerraron tras de mí.

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