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Una Agradable Sorpresa

Elena, que así se llamaba la morena de pelo largo se rio.

—Jajaja, cuando quieras follamos y lo compruebas.

—En tu sueños petarda —dijo riéndose la rubia. —Tu no te me acercas con "esa" cosa tuya.

No pude evitar fijarme en el énfasis de aquellas palabras. Le dí un sorbo al café.

—Porque no lo has probado. Qué mas te da una polla que otra.

Me atraganté con el café aparatosamente echando unas gotas fuera mientras tosía.

Ellas vieron el pequeño show y se rieron en bajito. Yo intenté no mirarlas directamente de la vergüenza que tenía, así que intente fijar mi vista de nuevo en mi tablet, con la cara muy colorada fracasando totalmente en el intento de disimular. Ellas siguieron a lo suyo

—Mira que sois unas liantas —dijo la del vestido—.

Yo ya no podía ni prestar atención a nada. El cerebro se me quedó congelado tanto por el ridículo, como por aquella información. ¿Lo dijo en serio? ¿Era una trans? Cómo podía ser, tenía unas buenas tetas, aunque claro eso no significaba nada hoy en día con las operaciones. ¿Cómo se puede esconder una polla en aquellos pantalones tan ajustados? No dejaba de hacerme esa pregunta. Mi curiosidad me empujó a dar pequeños vistazos de nuevo dirigidos hacia ella. La tal Elena era alta. Llevaba unos botines negros con tacones además. Estaba sentada con las piernas cruzadas. Seguía sin caber en mi cabeza cómo. Y por si fuera poco empecé a preguntarme cómo la tendría. Sólo me faltaba eso ya.

En un momento dado, la del vestido se inclino a la oreja de la rubia y le cuchicheó algo en voz baja.

—¿Qué andáis cotilleando? —dijo Elena. La rubia se inclino hacia su oído y le habló susurrando.

—¿En serio? —al decirlo me miró. Lo sé porque me pilló mirándola brevemente también a ella. Ella sonrió de forma pícara. Intente devolverle una sonrisa tímida y me apresuré de nuevo a bajar la cabeza a mi tablet.

Las oí cuchichear de nuevo pero no entendí nada, sin embargo echaban risitas de vez en cuando. Estaba claro, me habían pillado mirándola. Me quedé petrificado. No volví a levantar la mirada. El tiempo se congeló y pasaron horas en mi cabeza cuando en realidad solo fueron unos diez minutos. No quería moverme del sitio de la vergüenza que tenía encima.

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